domingo, 16 de junio de 2013

ADOLESCENTES Y ALCOHOL



El consumo de alcohol en adolescentes tiene consecuencias muy graves,  la primera es que con la ingesta antes de los 18 años existen altas probabilidades de que se convierta en adicción. A su vez el sujeto se vuelve susceptible para las enfermedades de hígado, infartos hemorrágicos, alteraciones en la piel e incluso cánceres, y otras muchas derivadas. 

Altera la absorción de nutrientes, clave en este periodo y repercute en el crecimiento, también altera el sistema hormonal. Además es la vía de entrada para el consumo de otras potentes drogas. 

Repercute negativamente en el rendimiento escolar ya que afecta al cerebro e interfiere en las funciones cognitivas, memoria, atención, elaboración, comprensión y de ahí los suspensos y la bajada en las notas. 

Además en la afectividad y las emociones produciendo importantes cambios en el estado de ánimo y disminuye los reflejos, por ello tantos accidentes mortales. 

Interfiere en el análisis de las consecuencias de sus actos y al perder el control en el cerebro se produce impulsividad y violencia, ello ocasiona conflictos y delincuencia y accidentes de tráfico, en muchos casos, mortales. 

En cuanto a los trastornos psicológicos que produce el consumo de alcohol en la adolescencia se multiplican por cuatro las probabilidades de sufrir alcoholismo temprano (antes de los 24 años), sufren tendencia al suicidio y trastornos de personalidad.

Con frecuencia el consumo de alcohol y la actividad sexual precoz está íntimamente relacionada, de ahí embarazos no deseados, contagio de enfermedades de transmisión sexual, el VIH, ya que en esas situaciones citadas en las que no se piensa en las consecuencias el uso del preservativo no se tiene en cuenta. Y es frecuente en los chicos la disfunción eréctil e impotencia. 

Esencial la prevención, los padres pueden ofrecer datos claros en diversos momentos de las consecuencias a todos los niveles y problemas que se derivan del consumo abusivo. 

Con la educación se puede prevenir fomentando la comunicación razonada y poniéndoles límites a la vez que se les demuestra afecto y cariño, pero que aprendan el “no”. Antes que los castigos rígidos y cerrados tienen más efecto la valoración, potenciar sus cualidades y valores humanos y estar atentos al reconocimiento de sus habilidades. 

Ayudarles a que sean responsables confrontándoles con las consecuencias de sus actos. Inculcarles el esfuerzo y la organización de espacios y tiempos. Sin un control severo, conviene desarrollar una sintonía afectiva escuchándoles y sabiendo personas y lugares que frecuentan. Sin inmiscuirse en la vida del hijo, escuchando lo que sí quiere compartir para ir elaborando la información esencial de saber “por donde anda”.

No utilizar el conflicto, los adultos ayudan más cuando demuestran ellos mismos que son capaces de controlarse, y procurar no insultar incluso en momentos en que el hijo esté retando y desafiando. 

Importa desde la primera vez que se les identifique el exceso, una intervención clara y que tenga consecuencias negativas, mejor si se negocia al día siguiente no en el momento que llega alcoholizado. En la dinámica comunicacional creada padres-hijos, conviene explicarles lo que los padres sienten sobre su responsabilidad con ellos para que escuchen a su vez los sentimientos y emociones que viven también los padres.

A los hijos conviene transmitirles que los padres no son policías controladores sino sus progenitores que sienten por ellos y desean lo mejor y que están ahí para ayudarlos a aprender a crecer y a ser mayores. 

Conviene a los padres el tratarlos con respeto y dignidad potenciando su autoestima y confianza en sí mismos ya que todo esto es un proceso que les ayuda a aprender a decir “no” y a desarrollar una personalidad más consistente para no dejarse influenciar por el grupo, desarrollando así sus propios criterios y normas de comportamiento sin sucumbir a la presión social.