Encontrarse
por ejemplo, que la persona encantadora y atenta, bien vestida y simpática,
pueda estar ejerciendo el acoso con un compañero, es en general incomprensible.
Llamarle todo tipo de insultos, incluso los más graves, en el recreo, cuando se
cruzan o cuando a su antojo lo busca, hacerle gestos, inculcar a los compañeros
para que también lo hagan, es la táctica del acosador.
Muchos profesores ya son
conscientes de la maldad humana, y de que los sentimientos destructivos
existen, incluso detrás de una cara bonita.
El acosador por naturaleza tiene
componentes de narciso perverso, y “da el pego”, y si los docentes no tienen la
preparación psicológica necesaria, caerán en su trampa.
¿Quién piensa que esa persona
tan encantadora, que hace tan bien la pelota, pueda ser mortífera? No es fácil.
Es tan peligrosa esa gente, que en algunos casos da la vuelta a la situación y acaba
afirmando que era para defenderse de la víctima, y pueden lesionarse con
arañazos o rotura de sus pertenencias para demostrar que era ella la acosada.
El
acosador, es obvio que no lleva la etiqueta en la frente, ni va confesando lo
que hace con los compañeros, (exceptuando los que graban las palizas y lo
cuelgan en la red), y eso los educadores lo saben, no esperan que confiesen a
preguntas directas, necesitan otras formas para averiguarlo.
Una situación más
dramática, es la que vive la víctima, con partes médicos por crisis de
ansiedad, con miedo y pánico de ir a clases, con deseos de morirse, y con
angustia y depresión.
¡Como si la víctima se pudiera inventar todo esto para
que castiguen al otro!.
Los profesores saben que la víctima, con una baja autoestima
e inseguridad, mayor retraimiento o timidez, que van a clase con el deseo de
tener su pequeño espacio para ir aprendiendo y creciendo en la vida, no lo
haría.
Por desgracia, las víctimas, se encuentran en el centro, con esa violencia
psicológica, atropellándoles, sin saber por qué, convirtiéndose en el objetivo
de la imparable y arrolladora destrucción. Al fin un tormento salvaje. Y
aproximadamente el 60% de los acosados no lo dicen, por vergüenza o por
represalias.
Hasta que la situación se desborda y llega la depresión, la
ansiedad o los suspensos. En resumen, en consulta se observa que estos son los
patrones más frecuentes. Para frenarlo, es preciso la ayuda de todos.