Superar el dolor es la fase siguiente a un desmoronamiento emocional consecuencia de una desgracia. El desamor, la enfermedad, accidentes, la muerte y otros dramas que puedan existir en los humanos, suelen ser los hechos que llevan al hundimiento personal.
Generalmente en este estado las personas pierden toda su energía mental que pasa a ser negativa, alteraciones en el sueño, bloqueo en las actividades, bajada del rendimiento cognitivo y la productividad, estado emocional de turbación, bajada del apetito, aplanamiento y ausencia de motivación.
El cuerpo y las extremidades como con temblores y sin tensión para nada. Si el estado se prolonga en el tiempo, disminución de las defensas, lo cual puede producir la aparición de enfermedades. Horas y más horas sin ganas de hacer nada, estancados y bloqueados en ese estado.
Todo ello puede estar acompañado de llanto, emocionalidad a flor de piel, hipersensibilidad acusada y sentimientos de dolor en el pecho y en alma. En conjunto el sentido de la vida se desmorona y la mente no puede ir muy lejos. La persona queda rota. Las horas cercanas al hecho son muy duras.
La psique de la persona necesita tiempo para asimilar y explicarse lo ocurrido, darle sentido, entender algo. Salir de su pequeño mundo y realizar análisis más amplios. Y así pasa el tiempo. Si la persona estaba ya frágil por otras cuestiones de la vida, por el estrés, es fácil que pierda la estabilidad psíquica y caiga en una depresión.
Esta depresión acompañará al sujeto en un periodo de tiempo mucho más amplio, y conviene que se ponga a tratamiento psicológico para compartir sus dramas con una persona que le escuche y le ayude a sacar su mejor potencial personal para que configure su nueva vida. En otras ocasiones cuando el sujeto disfrutaba de un estado previo al desastre, más equilibrado, y en función de la gravedad del problema, puede en días sucesivos ir cogiendo más fuerza, reestructurando sus esquemas cognitivos y planteándose nuevos esquemas para la vida.
Continuar viviendo aunque probablemente modificando su jerarquía de valores. Aprendiendo a configurar y diseñar su presente y futuro con una transformación de esquemas vitales que le permitan gestionar su sufrimiento de una forma más constructiva.
Las heridas duelen, aunque el proceso natural es que cicatricen. Elisabeth Kübler Ross, sabe mucho de esto, una autora que merece la pena leer.
Generalmente en este estado las personas pierden toda su energía mental que pasa a ser negativa, alteraciones en el sueño, bloqueo en las actividades, bajada del rendimiento cognitivo y la productividad, estado emocional de turbación, bajada del apetito, aplanamiento y ausencia de motivación.
El cuerpo y las extremidades como con temblores y sin tensión para nada. Si el estado se prolonga en el tiempo, disminución de las defensas, lo cual puede producir la aparición de enfermedades. Horas y más horas sin ganas de hacer nada, estancados y bloqueados en ese estado.
Todo ello puede estar acompañado de llanto, emocionalidad a flor de piel, hipersensibilidad acusada y sentimientos de dolor en el pecho y en alma. En conjunto el sentido de la vida se desmorona y la mente no puede ir muy lejos. La persona queda rota. Las horas cercanas al hecho son muy duras.
La psique de la persona necesita tiempo para asimilar y explicarse lo ocurrido, darle sentido, entender algo. Salir de su pequeño mundo y realizar análisis más amplios. Y así pasa el tiempo. Si la persona estaba ya frágil por otras cuestiones de la vida, por el estrés, es fácil que pierda la estabilidad psíquica y caiga en una depresión.
Esta depresión acompañará al sujeto en un periodo de tiempo mucho más amplio, y conviene que se ponga a tratamiento psicológico para compartir sus dramas con una persona que le escuche y le ayude a sacar su mejor potencial personal para que configure su nueva vida. En otras ocasiones cuando el sujeto disfrutaba de un estado previo al desastre, más equilibrado, y en función de la gravedad del problema, puede en días sucesivos ir cogiendo más fuerza, reestructurando sus esquemas cognitivos y planteándose nuevos esquemas para la vida.
Continuar viviendo aunque probablemente modificando su jerarquía de valores. Aprendiendo a configurar y diseñar su presente y futuro con una transformación de esquemas vitales que le permitan gestionar su sufrimiento de una forma más constructiva.
Las heridas duelen, aunque el proceso natural es que cicatricen. Elisabeth Kübler Ross, sabe mucho de esto, una autora que merece la pena leer.