Hay mucha gente que siendo de carácter más amable, delicado y sensible, por una vida de agitación y especialmente por el estrés de sus responsabilidades, se convierten en más bruscos y agresivos. Y les conviene superarlo para librarse de la oscura impulsividad de sus vidas.
La dulzura no tiene nada en contra. Sintoniza con la inteligencia, la confianza en sí mismos, la asertividad, negociación y también en la capacidad de solicitar y exigir lo que corresponda.
Cuando se vive con menos rapidez y se van saboreando los potenciales superiores, tal vez se descubra que con el amor y la dulzura se diluyan muchos pensamientos y esquemas mentales rígidos ya que estos sí hacen sufrir volviéndole a uno más irritable e intolerante. Se convierte en una persona más comprensiva y con una mente en expansión, creciendo.
La dulzura, suavidad y delicadeza son la esencia de la amabilidad y en la comunicación, ayuda a la aplicación de multiplicidad de valores y otros matices claves para el interlocutor. Y el amor es una comunicación de alto nivel.
Favorece el ser corteses, ayuda a ser más generosos regalando lo mejor de uno mismo. Contribuye al buen carácter para mantener el equilibrio y la calma en condiciones más difíciles, beneficia para el cultivo de la buena intención hacia otros, la paz interior.
Favorece la estabilidad para transmitir la confianza y seguridad. Otorga al poseedor una buena imagen.
La amabilidad tiene la cualidad de buscar la paz, de no dañar, de no herir.
En un estado de dulzura, de amabilidad la gente vive más el aquí y el ahora, puede sentir el amor y transmitirlo, liberar más potencial de creatividad y apreciar la totalidad de la belleza, de la naturaleza de las personas y del entorno. Se vuelve más poeta y tiene más oportunidades de compartir esas dimensiones del amor.
Y la amabilidad se vuelve sensual, al captar todas las vibraciones, percibe y siente, comparte con el otro, comunicando sus vibraciones.
La amabilidad y amor son también gratitud a la vida, a la gente a las personas. Y con estos sentimientos se difumina el rencor y se alcanza el perdón a sí mismo y a los demás, ahora las heridas se cierran. Con el potencial de transformación que se libera se van diluyendo los límites y ya se siente uno con el todo, se liberan los temores y llega la paz al corazón y la persona se convierte en amor.
Amor para sí mismo, y amor para todos.
Amor para sí mismo, y amor para todos.