Los
valores de cada persona y cada pareja son muy particulares, y aunque hay
algunos que importan a la mayoría, cada persona tiene unas prioridades y por
ello conviene saber qué piensa el otro y marcando unos objetivos llegarán a
acuerdos, que pueden ayudarles a funcionar mejor.
Antes
del compromiso, clarificar la importancia de las relaciones íntimas y lo que
significa la sexualidad para cada uno.
Qué tipo
de relación tiene cada componente de la pareja con su progenitor del sexo
opuesto, si es la mujer, qué relación tiene con su padre. O si es el hombre,
qué tipo de relación tiene con la madre. Cuando estas relaciones con los padres
funcionan favorablemente, es predictor de mejores relaciones entre ambos.
Cómo se
posiciona la pareja respecto al dinero, ya que puede ser importante motivo de
discusión y es mejor diseñar metas comunes para trabajar juntos.
Si desean
tener hijos, y qué tipo de educación prefieren.
El lugar
para vivir, mejor el campo, la ciudad.
Otra
clave para una vida favorable, se relaciona con la forma de soportar el estrés
y la presión. En general en las vidas suele haber periodos así, y no sería
conveniente que con esos acontecimientos, uno explotara sobre el otro y
descargara en él su nerviosismo.
Es
cierto que la vida tiene sus imprevistos y es obvio que no todo se puede
planificar, lo importante es compartir las inquietudes e irse posicionando.
Cuidando
la balanza, cuando es siempre favorable a uno, el otro puede ser anulado o
pasarlo mal. Si hay amor de verdad, se tendrá en cuenta a ambas personas.
El amor valioso, maduro, productivo, lo que es amor sin
vínculos enfermizos, tiene unas características, y entre otras se relacionan
con mantener esos principios de funcionamiento y así cumplir, o al menos acercarse
a los objetivos.
Y uno esencial es el compromiso de mantener la
individualidad de cada uno. Amar a alguien no significa perder de su propio
ser, sino continuar creciendo y desarrollándose en la dirección de la
propia individualidad.
El amor también implica una especie de misterio, son dos
personas que se aman como si fueran uno, sin dejar de ser los dos, sí, dos
personas.
Es también propio del amor, ser activo, dar, sentirse con
el potencial de poder compartir, de experimentar una energía de vida que
entrega, que dispone de una riqueza, le sobra para sí mismo y para dar.
Y comparte dando lo que es su sentimiento de la alegría
de vivir y la fuerza de la vida.
Para conseguir un tipo de amor maduro y desarrollado,
también se precisa haber alcanzado un equilibrio de personalidad, superar
relaciones simbióticas o parasitarias para conseguir confiar en sí mismo, en su
potencial humano.
Y en general, atender a unas bases esenciales del amor de
pareja como el conocimiento, ya que es difícil amar lo que no se conoce. Las
reacciones personales ante algo que se cree amor, sin serlo, serán otros
efectos.
El conocimiento implica descubrir e identificar al
"otro", y la decisión de quererlo o no. Otro factor central es
el respeto al "otro", a cómo es, a su "sí mismo".
Ni críticas, ni imposiciones, ni exigencias. Ser
conscientes de que la otra persona crezca en su dirección, como en realidad es.
Cuando existe la relación así, constructiva, surgen de
forma natural los deseos de dar cuidados al “otro”, aportar colaboración,
atenciones, de estar pendientes, de ayuda, de sentir la satisfacción por
compartir y colaborar en su desarrollo.
A su vez se va generando el sentido de responsabilidad,
como decisión propia y voluntaria de cuidar, de responder a las necesidades que
vayan surgiendo en la vida del ser amado.
Y todas estos factores combinados los puede aportar la
persona que está evolucionada, que ha crecido, desarrollado una independencia y
una seguridad.
Quién desea amar de verdad, de forma madura y profunda,
siente el compromiso y la responsabilidad de estar atenta a ella misma, a su
propio desarrollo, para conocer la realidad de su persona y lo que así podrá
compartir con el “otro”.