miércoles, 11 de diciembre de 2013

TU FUERZA INTERIOR / YOUR INNER STRENGHT (III)


No debemos estar demasiado centrados en nosotros mismos y en nuestros problemas. Russell (1997) ya expresaba en 1930, la importancia de volcarse uno al exterior: "una personalidad armoniosa se proyecta hacía el exterior... Nada es tan triste como encerrarse dentro de sí mismo: y nada tan exultante como dirigir la atención y la energía al exterior".

Yalom y Greaves (1977) describen, su experiencia de cuatro años como terapeutas de pacientes con cáncer, en fase terminal. Era un grupo abierto, permaneciendo los pacientes el tiempo que querían o que les permitía su enfermedad. Estos autores contaban que habían escuchado muy frecuentemente a los pacientes preguntarse: "¿Por qué tuvimos que esperar hasta ahora cuando estamos con el cáncer, para aprender como valorar y apreciar la vida?".

La persona que se hace esta pregunta no puede contestársela fácilmente. Por un lado, está el aspecto positivo y sorprendente del cáncer como un hecho desencadenante de un proceso, que hace que la persona cambie su forma de vivir y apreciar la vida.

El cáncer, con su amenaza, siempre pendiente de poder quitar la vida, provoca en la persona un aprecio mayor por este regalo que tan pocas veces se valora: la propia vida.

Por otro lado, la pregunta entraña una culpa existencial, una de las vivencias de las cuales no podemos escapar.

Estamos ante la pregunta: ¿Por qué he vivido de esta forma y no de otra? Estamos confrontados con nuestra responsabilidad por el rumbo que hemos dado a nuestra vida, por la forma en que la hemos vivido. Si bien es verdad que no todo lo hemos podido decidir, que tuvimos que convivir con muchas limitaciones, con las circunstancias que la vida nos ha presentado, con las oportunidades que hemos tenido o no, también es cierto que al final, frente a cada situación fue nuestra la decisión de qué rumbo tomar. Fernando Pessoa (1998), en uno de sus poemas, con tres preguntas, ilustra la posibilidad de la culpa existencial:

¿Qué he hecho yo de la vida?
¿Qué he hecho yo de lo que querría hacer de la vida?
¿Qué he hecho yo de lo que podría haber hecho de la vida?

Muchas veces es un hecho dramático, como una enfermedad grave, el que nos hace ver las equivocaciones, la inconsecuencia con que se llevaba la vida, como si fuera eterna, como si pudiéramos siempre borrar el pasado y empezar otra vez. Podemos cambiar, pero las oportunidades perdidas no pueden ser revividas. Aquí está el motivo de la culpa existencial: no ser lo que podíamos haber sido. Este puede ser un momento extremamente delicado pues la persona está frente a una decisión crucial: desesperarse frente a lo no vivido o vivir lo que le queda en la dirección que tenga sentido para ella.

Son afortunadas las personas que deciden que no es la extensión de la vida lo que cuenta, sino el significado que damos a la vida que todavía tenemos. Yalom y Greaves (1977) declaran: "una confrontación abierta con la muerte permite a muchos pacientes cambiar para un modo de existencia que es más rico que la que han tenido antes de su enfermedad".

Para ellos, afrontar y dominar el miedo a la muerte ayuda a disolver otros miedos y preocupaciones, tornando la vida menos pesada; llegan a afirmar que, en cierta manera, el cáncer cura las neurosis.

Ese poder acaparador de ciertas experiencias dramáticas, como la cercanía de la muerte, también fue referida por Viktor Frankl (1998; 1987) en sus relatos de la vida en los campos de concentración nazis, dónde las neurosis de la vida anterior sencillamente desaparecían o disminuían dramáticamente de frecuencia o intensidad. Dice Frankl (1995): "Está comprobado experimentalmente, desde hace tiempo, que las situaciones de apuro y crisis exterior van acompañadas de una disminución de las neurosis". También Yalom (1984) se refiere a una paciente con "fobias incapacitantes" las cuales desaparecieron "casi milagrosamente" cuando supo que tenía cáncer.

Kroeff (1998) relata el caso de la hermana de una enferma de cáncer en estado terminal, que declaraba que la enfermedad de su hermana la había cambiado para mejor. Acompañar a la hermana en su enfermedad la hizo volverse una persona más abierta, y sensible al sufrimiento de los demás; aprendió a no amargarse la vida con detalles que ahora percibía sin importancia y concluía: "no hay que dejar el vivir para después".

Esta es una reacción frecuente cuando se ha convivido de cerca con la muerte. El presente pasa a ser muy importante y se percibe que la vida no puede ser pospuesta a un futuro que nunca es seguro. Hay que vivir el presente, no transfiriendo para después los cambios que se deben hacer en el ahora. (SIGUE...)